Acabo de tener una conversación con una amiga que me dice que está pensando en hacer otra cosa, que el trabajo no le llena.

Otra vez; me lo encuentro con demasiada frecuencia. Hablamos de una buena profesional a quien le gusta su trabajo y con un montón de experiencia.

Pienso en el patrón que se repite. Personas entre los treinta y cinco y los cincuenta. Se plantean ponerse por su cuenta, o cambiar de actividad. Están dispuestas a sacrificar la comodidad del trabajo por cuenta ajena, o dejar atrás la experiencia de muchos años por sentir que hacen algo que encaja con quienes son, que les aporta.

Es una fuga de profesionales en el mejor momento de su carrera. Abandonan la empresa para ser emprendedores, o autónomos. Pero sobre todo para ser ellos mismos. Su marcha tiene un impacto en la productividad de la organización y en la moral de los que se quedan.

¿Se trata de una crisis vital o es el resultado de la mala gestión de personas en las empresas? Para mí es más bien lo segundo.

Esta fuga se suma a la dificultad que tienen las empresas para atraer talento joven. Muchos veinteañeros con preparación y arranque no ven a las empresas tradicionales como un lugar donde desarrollarse. No se ven dentro y lo que han escuchado sobre esas empresas les parece incompatible con su forma de ver el mundo.

Ellos no pertenecen a la cultura del aguanta lo que te echen. Quieren ser parte influyente y sentirse unidos al propósito.

En ambos casos es necesario un ajuste en el liderazgo. El que existe, el que se promovió durante muchos años, no va a servir para revertir la situación. No es un estilo impulsado por RRHH, más bien lo contrario. Viene normalmente de dirección. En muchos casos es la herencia de otra época.

Los que hoy lideran desde puestos intermedios han llegado a donde están a base de actuar con un liderazgo que hoy se reconoce ineficiente. Es poco variado. Genera disciplina, sí, pero no compromiso.

Se distingue por la entrega en base a horas y disponibilidad. El líder actual lo promueve con su ejemplo. Genera aceptación, pero pocas ideas. Evita el conflicto y con ello se pierde la perspectiva y el crecimiento que surge con el debate abierto.

Pero sobre todo crea una desconexión emocional que pesa como una losa y que lleva a mucha gente a la reflexión de mi amiga. Y si la situación personal no lo permite, el empleado se queda y mete las horas, pero no se entrega, ni crece, ni da lo mejor de sí mismo.

Esa no es la única manera de liderar, ni ese es el único resultado al que una empresa puede aspirar. Enganchar al empleado y conseguir su compromiso es perfectamente posible y merece la pena. Adaptar nuestro estilo a cada persona es complejo y gratificante. Aceptar nuestros errores nos hace más creíbles. La credibilidad y lo auténtico nos hacen conectar y generan compromiso. ¿Lo intentamos?